El matadero asiático

viernes, 9 de diciembre de 2016

El matadero asiático


El matadero asiático



Regresamos a horas del mediodía del río, en donde habíamos permanecido desde tempranas horas en la mañana. El almuerzo lo tomamos en la casa de los abuelos de Iñaki, quien era nuestro anfitrión y el único que conocía esas rusticas y selváticas tierras en donde estaríamos vacacionando durante una semana.

Luego del almuerzo, Iñaki se encontró con uno de sus vecinos, un extranjero que tenía ya mucho tiempo viviendo en esa zona. Su familia, inmigrante de Hong Kong habían construido allí su riqueza dedicándose al negocio de la gastronomía, el jefe de la familia había llegado hace más de 20 años a Argentina, trayendo para entonces apenas un par de monedas en sus bolsillos y sin saber nada sobre el Español, pero la sabiduría y la manera tan peculiarmente exitosa de hacer negocios de los asiáticos, que según dicen se debe a que estos utilizan los dos hemisferios del cerebro, le había permitido tan sólo un par de años después inaugurar su primer restaurante en Buenos Aires, y luego otro, ahora tiene 5 en diferentes ciudades del país y planes para abrir uno más el próximo año.

Yo escuché la conversación entre Iñaki y su amigo, Hung se llama el chico, el cual invitó a Iñaki a su ranchería, ya que este tenía mucho tiempo sin visitarle, y también le dijo que si sus amigos no tenían problema también podían venir. La ranchería de la familia de Hung es una enorme casa, no es su casa principal, pero allí permanecen durante casi todo el año, y según tenía entendido, y así lo pude constatar luego, era una gran mansión, con piscina y jacuzzi, una extensión de varios cientos de hectáreas en donde practicaban la ganadería.

Tal como fue planeado como a las 2 de la tarde nos fuimos a la ranchería de Hung, el nos recibió muy amistosamente cuando llegamos, nos hizo pasar y todos en la casa nos trataron igual, el único que mostró una actitud, diría yo no irrespetuosa sino más bien desconfiada, fue el padre de Hung, se notaba que el hombre era un poco huraño. Él es el dueño de los restaurantes, a este hombre, un asiático ya de edad avanzada, delgado y debilucho como la mayoría de los asiáticos, ya lo conocía de antes, no personalmente pero si de vista, lo había visto en dos o tres ocasiones cuando pasaba por alguno de sus restaurantes, cuya comida debo decir era  realmente exquisita.

El padre de Hung no estaba acostumbrado a las visitas, tal vez por eso mostró esa tosca actitud al principio, donde fue sobretodo indiferente, pero luego cambió su actitud, fue más servicial e incluso nos invitó a la piscina. En la tarde que llegó como muy rápido, más por estar disfrutando de un lugar tan maravilloso como esa ranchería, el padre de Hung nos invitó a quedarnos para la cena, la cual tomamos como a las 4 de la tarde. En el menú que presentó el señor incluyó una gran selección de cortes de carne de res, cochino y otros tipos de carne que no pude identificar, pero todas las carnes tenían un sabor realmente extraordinario. Comimos hasta saciarnos, algunos de los compañeros repitieron hasta 3 veces. Después de cenar, recorrimos los alrededores, los chicos se quedaron descansando, algunos inclusive se durmieron debajo de las palmeras, mientras que yo y una de las chicas, Anabel, una buena amiga mía de la infancia nos pusimos a recorrer un poco más halla el lugar, hasta llegar a un gran alambrado bosque adentro, alambrado que delimitaba la propiedad del padre de Hung, allí el tenía el matadero, lugar donde reposaban sus animales.

Estando allí escuchamos algunos aullidos, pensamos inmediatamente en regresar porque por esa zona hay muchos animales salvajes, pero al encontrarnos con una parte de la cerca rota, que dejaba una abertura suficientemente grande para que entrara una persona adulta, nos picó el mosquito de la curiosidad y nos introdujimos por allí, para llegar a la zona en donde estaba el matadero, en donde fuimos testigo de un horrible secreto.

Allí estaban las jaulas, era el lugar destinado a criar a los animales, había gallinas, pollos, patos y cochinos, más halla de la cerca se abría un gran valle en donde el ganado reposaba. Ese lugar era realmente asqueroso, había sangre y heces por todos lados, el olor fétido era terrible e imposible de soportar. Hacia el fondo, en la parte que colindaba con el nacimiento de una pequeña pendiente habían una gran cantidad de jaulas apiladas una sobre otras, no dudo en afirmar que eran como 1000 jaulas, en donde habían encerrados una gran variedad de perros, algunos incluso de raza, pude distinguir algunos golden y también dálmatas, todos muy bien cuidados, se veían muy limpios y bien alimentados, y allí fue donde presenciamos algo horrible. El padre de Hung que se había ausentado después de la cena, estaba allí con algunos de sus ayudantes.

-trae al pequeño. Dijo él, y uno de los hombres que estaba con él, que eran todos asiáticos, tomó a un perro salchicha por el cuello y se lo entregó, el padre de Hung lo tomó bruscamente, lo colocó sobre la mesa y con un gran cuchillo de carnicero le cortó la cabeza de un envión. En otra de las mesas había otro can, esté estaba totalmente destripado y despellejado, y otros hombres cortaban cuidadosamente trozos de carne del perro, cortes de carne muy parecidos a los que consumimos en la cena y que eran los más vendidos en los restaurante de la familia de Hung. Al ver esta horrible escena no pude aguantar las ganas de vomitar, Anabel también le sobrevinieron nauseas, y luego sólo corrimos de ese lugar despavoridas, seguro que alguien escuchó cuando salíamos a toda carrera y haciendo mucho ruido, porque a lo lejos escuchamos que decían entre gritos, ¿quién anda allí?

Nos reunimos luego con Hung a quien no pudimos evitar mostrar nuestra repulsión, momentos después se apersonó el padre de él, quien .le dijo, “hijo mañana vamos a arreglar la cerca, porque al parecer se están metiendo los zopilotes”, esto lo dijo mirándonos atentamente a Anabel y a mi, yo no pude evitar agachar la cabeza, no por vergüenza sino por rabia y asco, después de todo parece que el padre de Hung si nos vio cuando lo descubrimos preparando carne de perro para vender en su restaurante.


Después de ese día nunca más fui al restaurante de Hung, ni por un vaso de helado que antes eran mis favoritos. ¿Que si informé de esto a las autoridades?, para que, seguramente nadie me creería. Todavía paso en ocasiones por la puerta del restaurante de Hung en Buenos Aires y al ver a la gente gustosamente saborear los electos cortes de carne, me da un asco atroz y no puedo aguantar las ganas de vomitar.