Un cadáver

domingo, 11 de diciembre de 2016

Un cadáver


Un cadáver


Después del almuerzo me ausenté, salí de la posada armada con mi cámara fotográfica con la idea de capturar la hermosura divina de esos desolados parajes que vimos al pasar en el bus. No estaba muy lejos de la zona en donde convergían el caudal de esos dos furiosos ríos, una apreciable vista que bien valía ser capturada en una postal para la posteridad.

Era la primera vez que visitaba Guyana, después de dos días en la capital, estuvimos recorriendo en una caravana turística la ciudad de Corriverton, para luego arribar a orillas del Río Nuevo en la región del Tigri, donde nos quedaríamos por dos noches antes de regresar a Argentina.

Tomé mi bicicleta y me puse a recorrer la zona, hasta internarme en la maravillosa selva virgen. Crucé un par de palabras con uno que otro poblador en el camino, personas realmente amables, que ven a los turistas como un buen amigo y no como la gallina de los huevos de oro, o tal vez como las dos cosas, en todo caso personas agradables y serviciales. Muchos de ellos hablaban además del ingles, perfectamente el español, me quedé muy extrañada por esto, pues yo siempre pensé que Guyana era una zona llena de comunidades indígenas, que hablaban esos dialectos autóctonos poco conocidos, de hecho pensaba que Guyana era una comunidad de analfabetas que se dedicaban a cazar con arco, flecha y guayuco entre las intrincadas selvas, me perdonan por eso pero eso fue lo que la televisión me hizo creer.

Pedalee por mucho tiempo, hasta llegar al cauce del río que me había cautivado, en donde noté que había una zona donde el caudal era muy bajo y con algo de esfuerzo podía pasar con mi bicicleta. Así lo hice, atravesé el río, una pequeña afluente del gran Río Nuevo y empecé a tomar fotografías de todo lo que encontraba a mi paso, de las aves silvestres que desacostumbradas a la visita de los turistas se quedaban quietas en los árboles en donde pude tomar maravillosas fotografías de ellas, de las flores tropicales que formaban un jardín natural que en esa época, principios de primavera formaban un paisaje psicodélico de belleza exagerada.

Ya por ese lugar no había actividad humana, ni casas ni autos, no había caminos, sólo senderos, posiblemente conservados por uno que otro cazador furtivo. Todo era selva, un paraje solitario, salvaje y totalmente virgen.

El tiempo se me paso sin darme cuenta y poco después empezó a llover, una llovizna fuerte y constante, gotas gruesas que me hicieron refugiar entre las raíces sobresalientes de un inmenso árbol.

El paisaje apacible, el frío y la comodidad que encontré en el terreno terroso, pero blanco y semi-húmedo del suelo, me brindó la oportunidad de descansar un rato. Estuve allí por dos largas horas que no se me hicieron nada tediosas, es más si era posible no hubiera tenido ningún problema en pasar la noche en ese lugar. Creo que también me quedé dormida, o que mis pensamientos me desorientaron un poco, porque ya como a las 2 de la tarde desperté, o salí de mi atontamiento por el sonido ronco de un motor. Me levanté y sólo pude ver la estela de spray de agua que dejaba tras de sí una camioneta negra que se marchaba a toda prisa. La lluvia ya había cesado y el río seguro había aumentado en su cauce, si me hubiera levantado antes tal vez esa camioneta me hubiera llevado nuevamente al pueblo, pero ya se había ido así que me resigné a pedalear nuevamente, tomé la bicicleta y me apresuré a buscar el cauce del río.

Tomé el sendero y antes de partir, eché un vistazo hacia atrás y observe allí entre las ramas, una bolsa negra cuyo contenido debía ser algo muy grande y pesado, estaba tendido mitad sobre el sendero, mitad sobre la hierba y la forma que adoptada dentro de la bolsa no me dejó ninguna duda que era un cuerpo humano.

Me cerqué al cuerpo y lo palpé con una rama, el contenido era blando. Empecé a romper la bolsa con la rama, y luego con mis manos hasta descubrir parte de la cara del cadáver. Era un hombre rubio, ya muy pálido, tal vez tenía una o dos horas de haber muerto, sus labios ya estaban amoratados, y un agujero hecho por una bala de donde salía un fino hilo de sangre se le distinguía en el entrecejo. Mi impresión fue enorme, me llevé las manos a la boca emitiendo un grito atrapado entre mis dedos que se hizo eco entre los árboles evocándome una horrible, horrible soledad, inmediatamente me empecé a sentir observada, un sudor frío me perló la frente, y con las manos temblorosas tomé mi bicicleta y me fui, lo más rápido que pude, aturdida temblaba de miedo por el gran peligro que suponía quedarme en ese lugar.

El recorrido de regreso fue un horrible calvario. Cruzar el río crecido se me hizo difícil, y por el camino evité en todo momento hablar con cualquier persona hasta llegar a la posada donde le comente a una amiga, que era la que me acompañaba, lo que había visto.

Dispusimos que tenía que dar parte a la policía de lo que había visto, ella misma me acompañó a la comisaria del pueblo que estaba no muy lejos de la posada.

Allí me recibió un oficial que sólo hablaba inglés, y que a pesar de que yo también le hablaba en ingles no lograba entender lo que le decía, o al menos eso quiso hacerme creer, luego me llevó con otro oficial, un gran hombre de color, de espalda ancha y robusto como un gran osos gris, quien se identificó como el jefe de la comisaría local. Me invitó a sentarme y me ofreció una taza de té, la cual acepté para tratar de calmar los nervios todavía a flor de piel.

-Haber señorita, dígame que fue exactamente lo que ocurrió. Me dijo el oficial. Procedí entonces a relatarle todo el cuento nuevamente, el cual escuchó con apreciable indiferencia, mientras tomaba nota en su bloc.

Cuando terminé de contarle todo lo que había visto, el oficial me observó detenidamente con mirada severa.-usted no es de aquí verdad. Me preguntó, le dije que era de Argentina

-Haaaa, Argentina. Se dijo arqueando la espalda.- Sabes es muy común esto entre las turistas, creen haber visto algo en donde realmente no hay nada. Tal vez la impresión de estar sola le hizo imaginarse todo eso.

-No yo estoy segur… El oficial me interrumpió.-Segura, ibas a decir segura, dirías que estas 100% segura, esta es una acusación muy severa niña, nunca se puede uno estar tan seguro, te voy a dar un consejo de vida, nunca estés tan segura de las cosas, porque nuestra vista nos puede engañar. Seguro lo que tu viste fue alguna… cabra, o un maniquí que dejaron allí algunos bromistas… entiendes.

-Sí señor, fue lo único que le pude decir, ya que la mirada del oficial de policía y su forma de hablar me dejaron claro que esa debía ser mi respuesta, evidentemente el policía estaba al tanto de lo que había ocurrido.

Esa misma tarde regresamos a la capital y a la mañana siguiente volvimos a Argentina. Antes de irme me enteré que esa zona en la cual nos hospedamos abundan las mafias de tráfico de droga, las cuales mantienen nexos cercanos con las autoridades locales, y eso de lanzar cadáveres en el bosque era muy habitual, de hecho, me comentaron algunas personas que si se hiciera una búsqueda minuciosa por ese lugar se encontraría una gran cantidad de osamentas, yo hubiera sido una de ellas si me hubiera despertado antes, ahora sólo le doy gracias a la naturaleza por haberme adormecido durante ese tiempo y que todo lo vivido quedara sólo como una aterradora anécdota.